Tal y como recordaréis la masacre del instituto Columbine, sucedida en 1999, fue protagonizada por dos estudiantes de 17 y 18 años, que al finalizar el ataque, se suicidaron. Ambos tenían un gran odio por las personas, depresiones muy fuertes y un rechazo general por parte de sus compañeros.
Tras estos incidentes fueron muchos profesores que plantearon su forma de educar. Este es el caso de esta profesora, que ideó una brillante estrategia con la que detectar el acoso escolar. Se dio cuenta que el terrible caso de Columbine podría repetirse en cualquier parte del mundo, en cualquier instituto, si la comunidad educativa no hacía algo para evitar el acoso escolar, los maltratos y el aislamiento.
Tal y como leemos en Reader’s Digest, una tarde la profesora se quedó hablando con la madre de un alumno y acabaron hablando sobre la importancia de que las comunidades estén formadas por personas amables y valientes. La profesora le explicó que solía hacer para lograrlo. Tras esto, la madre decidió compartirlo con todo el mundo:
Todos los viernes por la tarde pide a sus alumnos que tomen una hoja de papel y escriban los nombres de cuatro niños con los que les gustaría sentarse la semana siguiente. Los chicos saben que ese deseo puede o no cumplirse. También les pide que nombren al compañero que, según su opinión, tuvo un comportamiento ejemplar durante esa semana. Los niños luego le entregan las hojas sin revelar nada a los demás.
Y cada viernes por la tarde, una vez que los niños ya se han ido a casa, la maestra toma esas hojas, las pega en la pizarra y las analiza en busca de patrones. ¿A qué niño nadie menciona como compañero de asiento deseable? ¿Cuál no nombra a ninguno con el que quiera sentarse? ¿A qué alumno nadie lo elige nunca? ¿Quién tenía mil amigos la semana pasada y ninguno esta semana?
La maestra realmente no busca una nueva forma de distribuir a los alumnos en las clases, ni aquellos que muestran un “comportamiento ejemplar”. Lo que busca es identificar a los niños solitarios, a los que tienen dificultades para vincularse con sus compañeros. De este modo descubre a los chicos que han caído en las grietas de la vida social del grupo, así como aquellos cuyos dones pasan inadvertidos para sus compañeros y, ante todo, quiénes son víctimas de bullying y quiénes son los abusivos o acosadores.
Como madre y ferviente defensora de los niños que soy, creo que es la estrategia de combate más amorosa que he conocido. Es como tomar una radiografía de un aula para traspasar la superficie de las cosas y ver el corazón de los alumnos. Es como excavar una mina en busca de oro, siendo el oro esos niños que requieren un poco de ayuda, que necesitan que los adultos intervengan y les enseñen cómo hacer amigos, cómo invitar a otros a jugar, cómo unirse a un grupo o cómo compartir sus dones. Y es una forma de detener el bullying, porque todo maestro sabe que el acoso suele ocurrir fuera de su mirada, y que a menudo los niños que lo padecen se sienten demasiado intimidados como para contarlo. Pero, como dijo la maestra de Chase, la verdad sale a relucir en esos trozos de papel confidenciales.
Cuando la maestra terminó de explicarme su sencilla pero ingeniosa idea, muy admirada le pregunté:
—¿Y cuánto tiempo lleva usando ese método?
—Desde lo de Columbine —dijo—. Todos los viernes por la tarde desde lo de Columbine.
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