El Fracaso Escolar (FE) es uno de los problemas más graves de nuestro país. Se define como la incapacidad para alcanzar los objetivos marcados por las autoridades educativas para la enseñanza obligatoria, o lo que es lo mismo, abandonar el centro escolar sin haber obtenido ningún título académico. El FE no es solo un fracaso del alumno, sino que lo es también del sistema educativo. En nuestro país el sistema educativo fracasa en más del 30% de los alumnos, el doble que en la media de los países europeos. Afecta más a los varones que a las mujeres, un 58,5% frente a un 41%.
La aptitud del alumno para el aprendizaje y rendimiento académico es determinante en su progreso escolar. La capacidad de esfuerzo y sacrificio también es fundamental.
Cualquier alumno que a los 8 años no ha conseguido el nivel esperado de lectura, escritura, cálculo y/o capacidad de atención, debe ser considerado como un alumno que necesita una atención especial y específica. La ayuda que precisa un alumno con unes capacidades cognitivas limitadas es totalmente distinta a la que precisa, por ejemplo, el alumno con TDAH o dislexia. Los trastornos específicos del aprendizaje afectan entre el 5 y 15 % de la población escolar. Es un porcentaje muy alto. Distintos estudios han relacionado las dificultades de aprendizaje con un riesgo aumentado de problemas de salud mental: estrés, ansiedad, depresión y tentativas de suicidio. Éstas últimas se duplican en la población con dificultades de aprendizaje en relación a la población general.
Si se quiere disminuir el FE hay que contemplar de forma efectiva a estos alumnos: con detección temprana, ayudas y adecuaciones específicas.
En la educación es fundamental tener en cuenta factores neurobiológicos que interactúan con factores sociales, culturales y contextuales. El cerebro tiene como una de las funciones más trascendentales el aprendizaje, que se produce por la constante interacción con el entorno como fuente de información y estímulo. El avance de las llamadas neurociencias en las últimas décadas ha sido muy importante. El conocimiento, aún parcial, de cómo funciona el cerebro para adquirir ciertos aprendizajes, en condiciones normales y anormales, debería poder traducirse en una mejora en los métodos educativos y el abordaje de ciertas dificultades de aprendizaje.
Contar con la evidencia científica, por ejemplo, de que una alteración fonológica está en la base de la dislexia ha permitido avanzar en los programas de reeducación y a la vez abandonar programas basados en hipótesis que no han mostrado su eficacia. El avance en el conocimiento cerebral sigue estando muy alejado del mundo educativo. Documentos recientes de la Organización para el Desarrollo y Cooperación Económica (OCDE) señalan como “la comprensión del cerebro puede ayudar a abrir nuevas vías para mejorar la investigación y las políticas educativas”. Son varios los autores que proponen el desarrollo de lo que vendría a llamarse “ciencia del aprendizaje” para poder abordar la educación desde la multidisciplinariedad.
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