En una sociedad cambiante, acelerada y a menudo exigente, la escuela se convierte en uno de los pocos espacios donde niños y niñas pueden aprender a mirarse, escucharse y cuidarse mutuamente. Educar en valores no es un contenido añadido, sino un eje transversal que sostiene la convivencia y el bienestar emocional.

Entre estos valores, la empatía y la gratitud destacan como dos habilidades esenciales para la vida. La empatía nos permite conectar con los demás, comprender su perspectiva y construir relaciones respetuosas. La gratitud nos ayuda a apreciar lo que tenemos, reconocer el cuidado recibido y fortalecer la resiliencia.

Cultivar estos valores desde la infancia contribuye a formar personas capaces de resolver conflictos, gestionar emociones y participar activamente en comunidades más humanas y respetuosas. En un mundo donde el individualismo y la prisa pueden generar desconexión, la escuela tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de enseñar a vivir desde el vínculo y la apreciación.

Qué dice la neuroeducación sobre empatía y gratitud

La neurociencia confirma que el cerebro humano está diseñado para relacionarse. Las áreas implicadas en la empatía —como la corteza prefrontal medial o el sistema de neuronas espejo— se activan cuando observamos, comprendemos o acompañamos la experiencia de otro. Esta capacidad no es innata de forma completa: se modela, se entrena y se fortalece en entornos que la cuidan.

De la misma manera, la gratitud activa circuitos de recompensa y bienestar emocional, reduciendo los niveles de estrés y fortaleciendo conexiones neuronales asociadas a la satisfacción y la resiliencia. Prácticas regulares como verbalizar lo que agradecemos o reconocer el esfuerzo de otros favorecen un estado emocional más equilibrado.

Para que estas habilidades se desarrollen, es imprescindible que el alumnado se sienta seguro y emocionalmente regulado. Como explicamos en el artículo Cómo trabajar la regulación emocional en periodos de adaptación escolar, la calma y la seguridad son la base sobre la que se construyen habilidades socioemocionales más complejas: solo un cerebro en equilibrio puede abrirse a la perspectiva del otro o cultivar una mirada apreciativa hacia la vida.

La neuroeducación nos recuerda que educar en valores no es un añadido, sino una forma de favorecer aprendizajes más profundos y relaciones más sólidas.

Empatía: comprender al otro para convivir mejor

La empatía es el puente que conecta nuestras experiencias con las de los demás. No se trata solo de “ponerse en el lugar del otro”, sino de desarrollar la capacidad de escuchar sin juzgar, de interpretar emociones y de responder con sensibilidad y respeto.

En el aula, la empatía se manifiesta en gestos cotidianos: cuando un alumno ayuda a otro en un momento de dificultad, cuando un grupo escucha sin interrumpir, o cuando un docente sostiene emocionalmente a un niño que se frustra. Estos pequeños actos generan un clima donde las personas se sienten vistas y valoradas.

Sin embargo, para que exista empatía también es necesario cuestionar nuestros propios sesgos. Como desarrollamos en el artículo Cómo construir aulas libres de estereotipos de género, muchos conflictos o incomprensiones surgen de ideas preconcebidas sobre cómo “deberían” comportarse los demás. La empatía permite romper estas etiquetas y abrirse a comprender la singularidad de cada persona.

Estrategias para trabajar la empatía en el aula:

  • Practicar el lenguaje emocional: “¿cómo te sientes?”, “¿qué necesitas ahora?”.
  • Utilizar dinámicas de perspectiva: “¿cómo crees que lo ha vivido tu compañero?”.
  • Fomentar la escucha activa en tutorías y debates.
  • Validar emociones propias y ajenas sin juicios.

La empatía fortalece el vínculo y convierte el aula en un espacio seguro donde todos pueden aprender.

Gratitud: cultivar una mirada apreciativa

La gratitud es mucho más que decir “gracias”. Es una disposición interior que invita a reconocer lo positivo, apreciar los pequeños gestos y valorar el esfuerzo propio y ajeno. Numerosos estudios muestran que practicar la gratitud disminuye el estrés, potencia el bienestar emocional y favorece relaciones más sólidas.

En la escuela, cultivar gratitud ayuda al alumnado a desarrollar una visión más equilibrada de sí mismo y del entorno. Esta práctica fortalece la autoestima porque invita a reconocer logros, avances y cualidades personales. En el artículo “Estrategias clave para fortalecer la autoestima en el aula” explicamos cómo estos gestos de reconocimiento se convierten en pilares para una identidad más sana y segura.

Ideas sencillas para promover la gratitud:

  • Diario de gratitud semanal.
  • Mural colectivo con “cosas buenas que nos han pasado”.
  • Agradecimientos espontáneos al terminar actividades cooperativas.
  • Cartas breves de reconocimiento entre compañeros.

La gratitud cambia la forma de mirar el día a día: enseña a valorar, a cuidar y a sentirse parte de la comunidad.

Educar en valores significa educar para la vida. La empatía y la gratitud no solo mejoran la convivencia escolar: fortalecen la salud emocional, favorecen el aprendizaje y preparan a niños y niñas para construir relaciones respetuosas en su futuro personal, social y profesional.

Cuando la escuela promueve estos valores desde una base neuroeducativa, crea entornos donde el alumnado se siente acompañado, valorado y capaz. Y cuando los docentes modelan estos valores, se genera una cultura educativa que transforma.

Si deseas profundizar en cómo integrar estos aprendizajes desde una mirada científica y humana, el curso “Educación emocional basada en la neurociencia” ofrece recursos prácticos para desarrollar competencias socioemocionales en el aula y fortalecer el bienestar de toda la comunidad educativa.

Educar en empatía y gratitud es sembrar para el futuro: un futuro más humano, consciente y conectado.

Estas formaciones online te podrían interesar…

Educación emocional y emocionante con Mar Romera

Más información

Introducción a la Comunicación No Violenta (CNV)

Más información

Deja una respuesta