Doctor en Ciencias de la Educación, especializado en didáctica de la matemática, licenciado en Filosofía y diplomado en Magisterio.
José Antonio Fernández Bravo defiende que se debe enseñar desde el cerebro del que aprende. ¿Qué implican sus palabras? De entrada, que el profesor tiene que escuchar, ponerse en la piel del alumno y tomar conciencia de que “en lo que dicen los niños hay siempre un por qué lógico”.
La misión del docente, pues, según Fernández Bravo, consiste en “estudiar la causa que ha generado una determinada respuesta” y canalizarla mediante un itinerario pedagógico concreto.
Fernández Bravo, experimentado tanto en el campo de la investigación académica como en el del ejercicio docente, considera que la empatía es un valor fundamental para enseñar, pero lamenta que el sistema educativo no contribuya a potenciar este tipo de actitudes entre el profesorado. “El sistema te va a evaluar por los contenidos que has impartido, no por los conocimientos que han adquirido tus alumnos”, advierte.
Además, el exceso de temas a tratar en el aula limita, muchas veces, la reflexión y la comprensión de los conceptos más básicos entre el estudiantado. “El bloqueo matemático, a partir de los últimos cursos de primaria, ya es alarmante”, denuncia.
Especializado en didáctica de la matemática, Fernández Bravo remarca la relación que existe entre el gusto por una materia y su comprensión. “Las matemáticas no son el arte de calcular, sino que son el arte de comprender”, concluye.
Para Fernández Bravo, cuando se trata de estimular el entendimiento y las inquietudes intelectuales, el papel del profesor es fundamental, pero también el de “toda persona que tenga influencia en la comprensión, por ejemplo, de las matemáticas de esa persona”. Es decir, que la responsabilidad, asumida, en buena medida, por el docente, también puede ser compartida con familiares y profesores particulares, entre otros.
En el caso del maestro, Fernández Bravo se muestra convencido de que “tiene que ser capaz de llegar a la conclusión de que cada conocimiento es un regalo que se le ofrece al niño, pero que no servirá de nada si no se sabe envolver”.
Así, pues, hay que saber provocar el conocimiento, pero sin confundir los términos: “Hay que hacer atractivo el conocimiento, sin duda, pero para el que aprende, no para el que enseña, y eso quiere decir despertarles las ganas de querer hacer. Muchas veces el docente pretende hacerlo atractivo con juegos que no interesan para nada al que aprende, y eso es un error”.
Fernández Bravo también confiesa que muchos profesores le preguntan, realmente, sobre los deseos del que enseña —que los alumnos sean más eficientes, que estén más callados en clase—, pero no sobre las necesidades del que aprende.
Según Fernández Bravo, existe la posibilidad de “pasar por los contenidos de un libro de matemáticas sin estar dando realmente matemáticas”. “Uno de los errores más graves en didáctica de la matemática es la confusión entre procedimiento y objetivo”, explica el especialista. Fernández Bravo alerta que “todo querer hacer entretiene, pero no todo lo que entretiene sirve para querer hacer.
Por ejemplo, muchas veces entretenemos al niño recortando ceros, pero no estimulamos intelectualmente el concepto cero. De hecho, ese ejercicio está contrariando el concepto cero, que significa ausencia de elementos”.
En su libro Enseñar desde el cerebro del que aprende, Fernández Bravo también propone la superación del concepto “bajas capacidades”, porque centrifuga unas responsabilidades que tendría que asumir el docente.
Por el contrario, hablar en términos de “capacidades desconocidas”, tal y como hace Fernández Bravo, conlleva actuar tanto sobre el que aprende como sobre el que enseña: “De este modo, yo también modifico mis programas, mis metodologías, mis planteamientos, es decir, intervengo sobre mí mismo, estoy reconociendo que tanto pueden darse dificultades de aprendizaje como de enseñanza.
Fernández Bravo, en definitiva, aboga por un profesorado activo y capaz de escuchar lo que los alumnos transmiten.